The importance of being Ernest


En "La Brujas de Salem" John Proctor lloró, cuando intentaron que firme una confesión falsa, ya que alegaba que su nombre era lo único que tenía.
Quizás, soy la menos adecuada para hablar de este tema, ya que mi nombre fue desplazado por mi apodo y ya nadie sabe como me llamo (En realidad, muy pocos. Uds que leen el blog si porque vieron el perfil)
El nombre, como tantas cosas importantes en la vida, paradójicamente no la elige uno. Lamentablemnte, hay sujetos, con menos suerte que, por una cuestión de apellido o falta de concentración, parecen tener nombres elegidos por un enemigo, más que por los progenitores.
Cuando mis amigas entraron a la facultad una comentaba "En nuestra comisión deben pensar que somos analfabetos. Hay una Luciana con S, es decir Lusiana. Un país con Z -Paíz- y un Córdoba con V: Córdova". Si bien, es gracioso afortunadamente los nombres propios se pueden dar esas licencias, como la princesa Letizia, de España.
Pero en otros casos, el problema no es la ortografía sino la combinación de nombre y apellido, que con la entrada a la Universidad significa la condena a la risa perpetua, como: Gallo Claudio, en la Facultad de Arquitectura, o Acosta Dora, en la Facultad de Filosofía y Letras.
Mi amiga Euge C, trabajaba en call center de autorización de una trajeta de crédito. Un par de veces dio luz verde a las compras de la vaca Aurora, digo de Aurora Vaca, y a la Copa "Deivid" (sic) o David Copa.
Este post se lo dedico a mi amigo y ex compañero de la Facultad Carlos "Carl" Hitos, quien por su apellido perdió las esperanzas de llamar a alguna hija Azul o azulitos.

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